miércoles, 28 de agosto de 2013

Un sueño...




Un sueño, un sólo sueño es lo que necesitábamos en cada noche donde no sabíamos encontrarnos.
Llegaba la hora de sentir a oscuras lo que nos había faltado en las horas de luz vestido de algún sueño.

Por eso las súplicas creaban un susurro pidiendo que la noche durmiera las razones y dejara en cada poro de la piel las migajas de ese amor que ahora ya no existía, pero que estaba atado de por vida a todas las noches de lunas encendidas, que aún nos miraban esperando retomar un sitio preferente en nuestras bocas perdidas, las que antaño fueron palabras tiernas, sabores dulces, abrazos largos desde senderos de rutas de un volcán lleno de fuegos.

Fuegos que se convirtieron en un derroche de paz en soledad y artificio que evitaba el darse cuenta de que lo que nos movía no era ya la emoción de saberse "entero" y "partido" al ser a la vez un "yo" y un "tú", sino más bien la costumbre de estar, donde tienes que estar, sin peguntar al corazón si eso es lo que quiere o lo que necesite para sentir la vida entre la piel.

Un sueño, un sólo sueño bastaría para que no quedara en el olvido todo aquello vivido.

Un sueño y no volver. Sólo dejarse estar... donde tienes que estar.