domingo, 11 de noviembre de 2012

Noche o día ...


Dejaré las pisadas profundas
de mi silencio negro,
donde ya no hay perdones
que pueda regalarte,
que la vida me da
muerte consentida
y consiente en que viva
en abandono,
de la luz y de la sombra mía.

No tengo vida sino muerte
y aún siendo que es mi muerte
la comparto,
pues que al morir yo
doy vida propia a otros
y en cambio si estoy viva ...
los aparto.

Si despierto me asusto
de morirme,
y en este trago tan burdo e inhumano
se deslizan mil voces desunidas
que se inclinan a matarme despacio,
haciendo que mi sedienta vida
se esconda en el castigo
de su abrazo.

No me diera a beber
así el castigo,
sino sangre de rojo fuego ardiente
como si fuera leche
de su vientre caliente,
que supiera salvar
voces de muerte,
que aún viven entre vivos
que se mueren.

Toda la vida a rastras
de rastrojos.
Toda la herida
sangrando poco a poco
la muchísima muerte
y poca vida,
que no supo saber
que en el olvido
podría detener
la muerte en vida.

De nuevo fue tenaz
la muerte oscura
y fue empalideciendo
paso a paso, beso a beso,
la pertinaz luz tan escondida,
a una sombra valiente y decidida.

La solitaria vida
que vivía
rondándole a la muerte
en su amargura,
fue adquiriendo temor
de esa figura,
que odiandola en su día
la vestía 
y amándola en su noche desnudaba
el sol absurdo,
de cada absurdo día que vencía.



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